
Homenaje de novela de García Márquez a Cortázar en Cien años de soledad
En una de los pensamientos de Aureliano lo incluye en su obra maestra vestido con una de sus poleras y en París. También menciona a Rocamadour, de Rayuela.
El boom latinoamericano fue un grupo de escritores que revolucionó la literatura en español del siglo XX y cuyos vínculos de amistad fueron muy fuertes. No sólo porque viajaran a menudo juntos o porque las familias respectivas tuvieran una gran relación, sino porque fundaron revistas, emprendieron proyectos editoriales, firmaron manifiestos políticos, coincidieron en jurados…
No hay consenso en qué autores exactamente formaron parte de tan selecto club, pero sin duda en él estaban el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), el peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), el mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), el chileno José Donoso (1924-1996) y el argentino Julio Cortázar (1914-1984). En las entrevistas que concedían, no era raro que unos recomendaran los libros de los otros y, en algunos casos, se consultaron dudas mientras los escribían. Así que no sorprende que se puedan rastrear referencias de la obra de unos autores en la de otros. Algunas son tan sutiles que siguen siendo objeto de disputa entre académicos, pero hay otras tan meridianamente claras como personajes de los libros de un escritor que aparecen, como si nada, en los de otro.
García Márquez era, en los años sesenta, un autor prácticamente desconocido a pesar de haber publicado ya La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá Grande y La mala hora. Solo conseguía vender unos pocos cientos de ejemplares de cada libro. Decepcionado de su labor en la industria del cine mexicano, se encerró a escribir una obra magna, Cien años de soledad (1967), que lo convirtió en uno de los autores más importantes del mundo.
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Entre la enorme cantidad de personajes que pueblan sus páginas, se deslizan no sólo algunos seres reales sino otros que extrajo de novelas de sus amigos. Así, el coronel mexicano Lorenzo Gavilán, exiliado en Macondo, dice haber sido testigo del heroísmo de su compadre Artemio Cruz (ambos proceden de La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, publicada en 1962).
Cortázar y sus poleras
En otro momento de Cien años de soledad leemos que “Aureliano podía imaginarlo entonces con un suéter de cuello alto que sólo se quitaba cuando las terrazas de Montparnasse se llenaban de enamorados primaverales, y durmiendo de día y escribiendo de noche para confundir el hambre, en el cuarto oloroso a espuma de coliflores hervidos donde había de morir Rocamadour”.
Ese es el nombre del bebé de la Maga, uno de los personajes de Rayuela (1963) de Cortázar.

«Sin embargo – continúa en la novela – sus noticias se fueron haciendo poco a poco tan inciertas, y tan esporádicas y melancólicas las cartas del sabio, que Aureliano se acostumbró a pensar en ellos como Amaranta Úrsula pensaba en su marido, y ambos quedaron flotando en un universo vacío, donde la única realidad cotidiana y eterna era el amor».
Son los pequeños homenajes de Gabo a obras que le deslumbraron.