En 1951, Julio Cortázar fue relator de box en París. Y duró apenas una pelea.

Cortázar, el relator de box

Por Rodrigo Calegari

Hoy cumpliría años Julio Cortázar, el famoso escritor argentino fallecido en 1984, que tuvo como gran pasión al boxeo, la que Olé refleja con este homenaje.

Julio Cortázar cumpliría hoy años. Y si estuviera acá e hiciera una gran fiesta imaginaria, invitaría a muchos de los protagonistas de su gran pasión deportiva: el boxeo.

El escritor argentino nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914 tenía un deporte favorito. Uno que lo ponía en lugares de contacto impensados para un Cortázar que tuvo escasos amigos en su vida en la Argentina. Sí recuerdos nítidos de su infancia, la radio y un argentino llamado Firpo, casi un héroe al que le despojaron el título tras sacar del ring a Dempsey.

Títulos de libros como «Ultimo Round«, cuentos como «Torito», sobre la vida de Justo Suárez; o «La noche de Mantequilla», un policial que escribió tras la pelea de Carlos Monzón contra el cubano-mexicano José Nápoles, que se realizó el 9 de febrero de 1972, dan fe de su amor por el box.

La  ilustración de  Costhanzo, que por esos años era uno de los ilustradores  del Diario  Deportivo  Olé.
Ilustración del enorme Costhanzo.

Yendo un poco más a fondo, se pueden encontrar citas algo más oscuras, como en «Un Tal Lucas», donde escribió: «De chico, Firpo podía más que San Martín, y Justo Juárez que Sarmiento, pero después la vida le fue bajando la cresta a la historia militar y deportiva, vino un tiempo de desacralización y, sólo aquí y allá quedaron pedacitos de escarapela y Febo asoma».

Unos meses antes de morir en París, Cortázar contó en una entrevista con el escritor uruguayo Omar Prego Gadea, su inclinación por el boxeo. «Detesto el fútbol, así como me gusta el boxeo. Bueno, no es que deteste el fútbol: me es totalmente indiferente. Ocurre que esta afirmación, enboca de un argentino, es algo grave, capaz de provocar mi defenestración».

Pero lo que podos saben es que Julio Cortázar fue relator de box, al menos por una noche. En 1951, cuando se fue a vivir a París por estar en desacuerdo con el peronismo, uno de los primero trabajos que consiguió en Francia fue como traductor de las Actualidades Francesas para las radios de Latinoamérica.

Pero la aventura duró poco, porque una de las primeras tareas que le encomendaron fue la de relatar una pelea para México y la Argentina y el resultado fue desastrozo.

Así lo cuenta el propio Julio Cortázar en el prólogo del disco que grabó con los relatos de Historias de Cronopios y de Famas: «Cuando tengo la mala idea de escuchar estas cintas que a veces grabo en mi casa para oír como suena lo que escribo, me doy cuenta de que me pronunciación en español consternaría a cualquier foniatra».

Y agregó: «Nunca me olvidaré que cuando vine a París en el año 1951 me ganaba la vida como speaker de las Actualidades Francesas, en español se entiende. Hasta que un día llegó una carta del concesionario de México, diciendo que si no dejaban inmediatamente en la calle a ese speaker ellos se bajaban inmediatamente de las actualidades. Con lo cual perdí mi primera y bastante necesaria fuente de recursos de ese momento».

Pero hubo una expliación técnica de su estrepitoso fracaso como relator: «La culpa la tuvo, además de mi pésima pronunciación, el ingeniero de sonido, porque yo tenía que relatar un match de boxy me pidió que lo hiciera con gran entusiasmo, como si estuviera en el ringsidey claro, a mi juego me llamaron… el box para mí… ya se sabe. Entonces me entusiasmé de tal manera con el relato que en México no entendieron nada y supongo que en la Argentina tampoco. Y me costó el empleo».

Fue imposible dar con la pelea exacta porque ni los biógrafos de Julio Cortázar ni los especialistas en boxeo en nuestro país la tenían presente. Pero las opciones no son muchas si se trató de un púgil argentino porque en París, en 1951, sólo pelearon dos: el 23 de abril, por un título mediano se enfrentaron Ulises Martorella con Michel Nocq, con un triunfo del argentino. La otra fue el 16 de agosto y se enfrentaron Adolfo Ramírez, también por un título mediano, con el francés Serge Caboche.

Ganó el galo por KO en el 5° round y esta podría ser la que relató Cortázar, porque en abril hacía muy poco tiempo que residía en París. De todos modos, los que se enojaron fueron los mexicanos y así que quizás el protagonista fuera un aztea.

Lo cierto, más allá de toda duda, es que hoy, si estuiera aquí, Cortázar solplaría velitas practicando jabs y cross.

Firpo o la crónica de una epopeya que no fue

Firpo tira a Depmsey fuera del ring. Era triunfo del argentino, pero lo ayudaron a volver y ganó por KO en el segundo.

En «El noble arte», Cortázar relata lo que sintió en la pelea Dempsey-Firpo. «En 1923 los argentinos escuchamos la traducción casi directa desde el Polo Grounds de New York, el relato del combate en el que Jack Dempsey retuvo el campeonato mundial de peso pesados al poner fuera de combate a Luis Angel Firpo en el segundo round».

«Yo tenía 9 años, vivía en Banfield y mi familia era la única del barrio que lucía una radio caracterizada por una antena exterior realmente inmensa. Buena parte del vecindario se instaló en el patio con visble azoramiento de mi madre, y el petrioterismo y la cerveza se aliaban como siempre en esos casos para vaticinar el aplastante triunfo de aquel que los yanquis habían llamado «el toro salvaje de las pampas», y que era sobre todo salvaje».

«Yo entonces no podía comprenderlo, pero esa noche en el Polo Grounds se enfrentaron el más grande de los campeones que haya dado el peso máximo con una especie de pared de ladrillos que hasta ese momento había barrido con todos sus contendientes. La pared de ladrillos empezó a hacer algo increíble: despidió a Dempsey por entre las cuerdas, lo tiró sobre las máquinas de escribir de los reporteros y si no hubiera ocurrido que el árbitro era yanqui y además perdió la cabeza, en ese momento Firpo hubiera sido campeón, pues el marqués de Queensberry, tenía bien establecido que un boxeador defenestrado ha de volver por cuenta propia al ring, y en cambio, 30 manos levantaron a Dempsey, que estaba groggy y lo devolvieron a la lona, donde la ampanilla lo salvó porque esa noche el buen dios estaba con la star spangled banner por dónde se lo mirara».

La mirada de Cortázar sobre cuatro grandes del box

Ray Sugar Robinson: «La más pefecta conciliación del arte y la ciencia se llamó Ray Sugar Robinson. Fue la fol final que entregó el boxeo».

Cassius Clay: «El boxeo entró en decadencia. Ahí tenemosa ese triste mamarracho que hasta escribe versos, llamado Cassius Clay».

Luis Angel Firpo: «El Toro Salvaje de las Pampas era, sobre todo, salvaje. Una especie de paerd de ladrillos dotada de un lento movimiento hacia adelante que barría con todos sus contendientes».

Miguel Angel Castellini: «Tiene mucho punch. Pero malogrará su carrera si no se decide a convertir la potencia física en ese mecanismo más complejo y eficaz que define a los grandes boxeadores».

Nota escrita por Rodrigo Calegari para el Diario Olé el 26 de agosto de 2000

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