Cortázar maestro: los años de docencia que lo forjaron como escritor

Por Rodrigo Calegari

Enseñó historia, instrucción cívica e idiomas en Bolívar y Chivilcoy, y también tuvo una cátedra de francés en la Universidad de Cuyo antes de partir hacia París en 1945.

A pesar de que no hay muchos archivos sobre la vida de Julio Florencio Cortázar en la Argentina y que el grueso de su obra literaria lo produjo cuando se instaló en París en 1945, el escritor tuvo una historia ligada a la docencia y a la enseñanza que según él mismo aseguró años más tarde, fueron muy importantes para su desarrollo intelectual y su producción literaria.

A pocos años de su muerte el 12 de febrero de 1984, en una entrevista que le hicieron para la televisión mexicana, Cortázar contó cómo fueron esos años de maestro en la Argentina. “Mi trabajo docente se desarrolló en condiciones de soledad bastante negativas y bastante penosas. Pero al mismo tiempo tenían su lado estimulante porque yo fui profesor en dos pequeñas ciudades del interior que se llaman Bolívar y Chivilcoy donde la vida intelectual era igual a cero, eso me condenaba a una soledad obligatoria que me sirvió para absorber una enorme cantidad de lectura. Me leí hasta las obras completas de Freud… Ese tiempo libre también me sirvió para empezar a escribir textos que jamás publiqué, pero que me sirvieron de mucho años más tarde”.

Cortázar, en inumerables reportajes, siempre se consideró un escritor amateur y siempre dejó bien en claro que a él le hubiese gustado tener una formación universitaria que jamás pudo concretar porque la situación económica de su madre y la ausencia de su padre, lo obligaron a trabajar ni bien terminó sus estudios en el Normal de Profesores Mariano Acosta, que le dio un título de profesor en letras. “Era profesor en letras pero me facultaba para enseñar en los colegios secundarios lo que tuviera ganas: gramática, geografía, instrucción cívica, historia. Realmente un hombre orquesta. No me satisfacía ni mucho menos, pero me sirvió para ayudar a mi madre”, sostuvo.

Era profesor en letras pero me facultaba para enseñar en los colegios secundarios lo que tuviera ganas. Realmente un hombre orquesta. No me satisfacía ni mucho menos, pero me sirvió para ayudar a mi madre”

Julio Cortázar

Sin embargo su experiencia como docente no terminó de convencerlo: “Tuve que hacerlo por razones de fuerza mayor. Con un padre ausente tuve que trabajar desde que finalicé mis estudios. Empecé a estudiar letras en la Universidad pero tuve que dejar. Esos años de profesorado me facultaron pra poder dar clases en una Universidad, sin tener título universitario, una utopía. Pero acepté el trabajo y me mudé a Mendoza. Pagaban unos sueldos de hambre, pero al mismo tiempo nos proponían a los jóvenes una especie de apostolado. Darles a los alumnos las cosas que a nosotros nos interesaban. Me propusieron hacer un curso sobre literatura francesa. Eso para mí fue hermoso porque me ponía en un nivel de alumos que eran casi pares conmigo y pude dejar de ensesñar instrucción cívica que no me divertía demasiado. Estuve hasta que llegó el primer gobierno de Perón y me fui de Argentina”.  

Más allá de su experiencia docente y de haber dejado muchos alumnos que aún lo recuerdan en Bolívar y en Chivilcoy, Julio Cortázar tenía una visión muy crítica de la docencia y especialmente del rol de los docentes. Consideraba que la mayoría no tenía la formación adecuada para ejercer una profesión tan importante como la formación de niños y adolescentes.


En 1939 publicó “Esencia y Misión del Maestro” en la Revista Argentina, en la que deja bien en claro su pensamiento sobre la docencia y los docentes. “Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura: significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno de aspiración a la total realización”, escribió en uno de esos párrafos. 

Y también fue muy crítico sobre la formación de los docentes y su capacitación: “La Escuela Normal no basta para hacer al maestro. Y quien, luego de plegar con gesto orgulloso su diploma, se disponga a cumplir su tarea sin otro esfuerzo, ése es desde ya un maestro condenado al fracaso. Parecerá cruel y acaso falso; pero un hondo buceo en la conciencia de cada uno probará que es harto cierto. La Escuela Normal da elementos, variados y generosos, crea la noción del deber, de la misión; descubre los horizontes. Pero con los horizontes hay que hacer algo más que mirarlos desde lejos: hay que caminar hacia ellos y conquistarlos. El maestro debe llegar a la cultura mediante un largo estudio”.

Sobre su experiencia universitaria también se saben pocas cosas. Algunas quedaron reflejadas en una carta que le escribó a Lucienne de Duprat, una amiga de Chivilcoy en agosto de 1944: “Llevo un mes aquí y profundamente satisfecho. Aunque deba luego volverme al hastío de la enseñanza secundaria, estos meses de universidad quedarán como un sueño agradable en la memoria. Piense Ud., ¡es la primera vez que enseño las materias que yo prefiero! Es la primera vez que puedo entrar a un curso superior y pronunciar el nombre de Baudelaire, citar una frase de John Keats, ofrecer una traducción de Rilke. Esto se traduce en felicidad, en una indescriptible felicidad a la que se agrega la visión de las montañas, el clima magnífico, la paz de la casa donde vivo”.

Nota publicada por Rodrigo Calegari en el diario Clarín. 11 de septiembre 2015

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