Cortázar: “Banfield era un paraíso en el que yo era Adán”

Por Rodrigo Calegari

Julio Cortázar pasó la mayor parte de su infancia en una ciudad cercana a Buenos Aires. “Escribí mi primera novela allí a los 9 años”, contó.

Julio Cortázar vivió desde los 4 a los 17 años en Rodríguez Peña 585, un edén que lo marcó a fuego. “Siempre he vuelto a él, lo he evocado en algunos cuentos porque aún hoy lo siento muy presente”, dijo a pocos años de su muerte.

“Banfield es el tipo de barrio que tantas veces encuentras en las letras de los tangos. Recuerdo que tenía una pésima iluminación que favorecía al amor y a la delincuencia, en partes iguales. Y que hizo que mi infancia fuera cautelosa y temerosa por el clima inquietante que hacía que las madres se preocuparan cuando salías. Pero al mismo tiempo era para un niño un paraíso, porque mi jardín daba a otro jardín. Era mi reino”. Un reino que quedaba en la esquina de Rodríguez Peña y San Martín y que hoy apenas es perceptible por una placa recordatoria de una casa que no está sustituída por un chalet de dos plantas.

Se sabe Julio Cortázar nació en Bruselas por la actividad diplomática de sus padres el 26 de agosto de 1914. Pero no se valora tanto en las solapas de los libros la importancia que tuvo Banfield en su formación personal, en el verdadero nacimiento del escritor, que comenzó con poemas para enamorar a una compañera del colegio Julio A. Roca – que hoy lleva su nombre – y una novela romántica que su madre escondía entre sus pertenencias para que el niño Julio no la quemara. “Como todos los niños aficionados a la lectura, pronto comencé a querer escribir. Acabé mi primera novela cuando contaba nueve años de edad. Era una novela muy lacrimógena, muy romántica en la que todo el mundo moría al final”, contó en la ya clásica entrevista de la TVE.

También fue Banfield la cuna de sus primeros amores y sus primeras frustraciones. “En el fondo de mi casa había un jardín lleno de gatos, perros, tortugas y papagayos: un paraíso. Pero en este jardín yo era Adán, en el sentido de que no conservo recuerdos felices de mi infancia, demasiadas tareas, sensibilidad excesiva, tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados. Mi cuento “Los venenos” tiene mucho de autobiográfico. Sin embargo ese era mi reino y he vuelto a él, lo he evocado en algunos cuentos, porque aún hoy lo siento muy presente, muy vivo”.

Cortázar era, lo que se dice, un chico raro. Se encerraba a leer y eso atentaba contra una salud endeble. “Un médico aconsejó prohibirme los libros durante cuatro o cinco meses. Lo cual fue un sacrificio tan grande que mi madre, una mujer sensible e inteligente, me los devolvió”.  También fue en esa casita de Banfield donde asomó el primer dolor. “Algunos poemas, por mi influencia, eran un plagio involuntario de Poe.  Y una noche mi madre, por lo que le había dicho un familiar, vino a preguntar si yo los escribía o los había copiado. Fue uno de esos primeros golpes que te marcan para siempre y que te hacen descubrir que todo es relativo, precario, que había que vivir en un mundo que no era ese mundo de inocencia y de total confianza en el que se había creído”

Como se ve, Banfield dejó una marca indeleble en uno de los más grandes escritores que dio la Argentina. Aunque pocos lo perciban o su paso por el partido apenas se descubra en un mural de la estación, una escuela que lleva su nombre o una plaqueta que recuerda que hasta los 17 años la magia de Cortázar se horneó allí.

Nota escrita por Rodrigo Calegari en el diario Clarín.

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